Puyada a Oturia

8:30 Puntualidad británica para la salida. Prácticamente salgo del los últimos. He pensado llevar mi ritmo durante todo el tiempo sin cebarme y esperar la fruta madura. Los de delante salen como malas bestias, a menos de 4 el km. Yo voy a 4’40. Al cruzar la carretera se produce el primer cuello de botella. Estamos parados unos 3 minutos esperando turno para empezar a subir hacia Santa Engracia. No se puede correr ni adelantar por el estrecho camino. El tercer km me sale en 12’31. Pienso que si sigo así no termino hasta mañana, así que me pongo las pilas y empiezo a correr y a pedir paso. Los siguiente kms de subida a media de 6’30. Me veo muy, bastante mejor de lo que esperaba.

Descenso muy rápido hasta el río y tras un corto llano donde me tomo el primer gel, empieza de verdad lo bueno a partir del k.11. Los caminos se empinan muchísimo, pero a pesar de ello puedo seguir corriendo. Se ve Oturia allá arriba y las sensaciones siguen siendo muy buenas. Durísimos los dos últimos kms hasta Sta Orosia (11’25 y 10’30). Aquí tengo un pequeño altercado con un corredor porque le adelanto ¿¿¿???. Durante todo este tiempo he ido adelantado corredores. Me veo fuerte. Breve llano en Sta Orosia antes de la definitiva ascensión a Oturia. Un km. Infernal de pizarra suelta que tardo en cubrir ¡¡13’09!! y un último de cresteo en 8’ hasta coronar, después de 2h30’ de carrera.

Km. 20, segundo gel, y comienza la bajada de los infiernos. Prácticamente es una pared vertical. No se puede correr. Justo para retener el cuerpo en la bajada. Las piernas están al rojo vivo. Poco a poco me empiezo a lanzar a tumba abierta. La pradera se transforma en húmedo camino de montaña. Un corredor que llevo delante se va al suelo. No ha sido nada, rasguños y poco más. El camino húmedo se transforma en estrechas torrenteras de piedras afiladas.

Paso el cartel del km. 25. Miro mi reloj y veo que ahora mismo no he llegado a las 3 horas. Me quedan 13 kms por delante que los puedo cubrir en 1 hora. La moral sube por encima de las nubes, la adrenalina me alimenta y entonces llega el mazazo. Piso mal y me voy al suelo. Me miro las piernas y brazos y veo que no tengo nada. De repente me doy cuenta de que el dorsal está ensangrentado. Me llevo la mano a la frente y se me llena de sangre. Cuatro corredores paran a ayudarme, uno de ellos el que había caído unos kms antes. Me ponen la camiseta en la frente a modo de venda y darán aviso al próximo avituallamiento. Sólo quedaban 500 mts de descenso. En Satué me está esperando la ambulancia. Subo y me dicen que me llevan a meta. Les pregunto si es gordo, si puedo seguir. Me contestan que sí pero que hay cerrar la brecha Cura de urgencia durante unos 20' y a correr otra vez. Quedan 13 kms y mi sueño se ha esfumado a cambio de cinco puntos de sutura.

Salgo de la ambulancia y me pongo en marcha nuevamente. Continuos ascensos a pequeños puertos con sus descensos. Consigo mantener ritmos uniformes en torno a los 5’40. Las piernas van bien y la cabeza también, ya que no tengo dolor. A todo esto, tanto en el descenso como ahora sigo adelantando corredores. Las piernas me responden y la mente también. Después del bajón moral de la caída y la pérdida de mis ilusiones de tiempo, he vuelto a recuperar la moral.

En el km 36 está la última subida, que se hace increíblemente dura. 10’37 un km. Coronamos y ya sólo queda bajada hasta Pirenarium, donde entro tremendamente satisfecho, en 4h30 según mis datos. Este tiempo era el que tenía previsto realizar cuando visionaba el recorrido la semana pasada. Mi rendimiento dice que podía haberlo mejorada, pero las circunstancias no lo han permitido.

La cara de Bea al entrar en meta es un poema. Parece ser que llevo la cara ensangrentada, así como el aparatoso vendaje, pero yo me encuentro bien.


Resumiendo, buena carrera, contento con el tiempo y la confirmación de que correr por el monte significa no perder la concentración ni un solo segundo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario